Sentada en la terraza de un bar, con una taza de café en la mano, mis pensamientos divagando por el mar de la soledad. Es la hora del descanso en el trabajo, de hacer un alto, un cortocircuito necesario. Huyo de las compañeras y busco la intimidad de mis pensamientos. No quiero oir el parloteo insustancioso del programa de televisión que vieron en la noche, del partido Madrid-Barcelona o, recurrentemente, de los problemas y cuestiones del trabajo. Me niego. Cada día que pasa me cansa más la gente. Me cansa tanto vacío. Siento que la vida es muy efímera como para malgastarla en cuestiones tan banales. Me niego. No quiero albergar en mí el vacío, aunque a mi alrededor se halle el vacío. De mi interior soy la única dueña, yo decido cómo y con qué quiero rellenar hasta el último recoveco y que cosas desterrar de ese reino sagrado, del que no todos poseen la llave.
Será que me ha cansado la vida? esa vida, abarrotada, de gente sin vida?
Peones de una sociedad artificial, esclavos de unas necesidades que no lo son, ávidos de glorias engañosas, devoradores de modas, de mitos de barro, vacíos como ellos.
Será que ya he llegado al período de Conclusiones en mi vida?
Si es así, cuanto contemplo me decepciona más que me alienta. No hallo el amor como dogma de vida: el amor a uno mismo, el amor a los demás, la comprensión, la empatía, la tolerancia, la compasión...; sólo egoismo, ira, violencia, envidias, celos.... sufrimiento al fin y al cabo, rechinar de dientes.
Debo ser yo la rara, sí, la nota discordante en una sinfonía en la que desentono. Da igual, por más altos maestros que la dirijan, a mí no me parece melodiosa, sino estruendosa y delirante, nos rompe los tímpanos, nos conducirá a la locura. Quizás ya nos ha conducido.
Me vuelvo a la paz de mi reino. Disculpe el mundo mi intromisión.