domingo, 5 de noviembre de 2017





CADA  AMANECER   

Abrí mis ojos al nuevo día, apenas entraba luz por los grandes ventanales, la suficiente como para atisbar el incipiente amanecer. Ella sintió que me removía entre las sábanas y comenzó su ritual saludo buscándome con su cabecita, olisqueando y lamiendo mis manos para animarme a levantarme. Su alegría me contagiaba. Esa carita, apoyada en los bordes de mi cama, recorriéndola de lado a lado mientras su cola se agitaba al ritmo de samba, arrancaron mi primera sonrisa del día. Me desperecé y la seguí a la cocina, yo buscando mi ansiado  café y ella esperando paciente su dosis de desayuno. Era una rutina diaria, pero no por rutinaria me parecía menos hermosa.

Cada amanecer, cada despertar, era un canto a la vida, bajar a la playa con mi niña hermosa, caminar sobre sus negras arenas, alzar la vista al cielo mientras el sol se debatía entre las nubes que  a lo lejos, cual cortina de bruma, escondían la isla vecina. 

Cada amanecer era diferente, el mismo paisaje, sí, pero de matices cambiantes, la luz transformaba los colores del cielo y también del mar, del gris plateado al azul cobalto, del amarillo al naranja o viceversa. Me embelesaba mientras me arrancaba un suspiro su contemplación, dejando que la brisa del mar inundara mis sentidos. 

Cada amanecer, amaneciendo a la vida, una palabra acudía a mi mente, brotando de mi ser, de mi soledad intrínseca, de mi paz interior: GRACIAS VIDA